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1. De lo local a lo global

«Las estirpes condenadas a cien años de soledad

 no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra”

Gabriel García Márquez

Extracto

En este capítulo traemos a la globalización como disparador de los cambios de fin de siglo, tanto desde sus perspectivas macro como desde nuestra propia realidad cotidiana. También se explora el aplastamiento en la pirámide del poder, los recortes en las libertades individuales y la afirmación de lo local en respuesta a los procesos globalizantes…

El tótem

Los latidos del corazón de la tierra, los mismos que reproducen las diferentes culturas mediante su música como letanías, rogativas, cantes jondos, ragas hindúes, mantras, nuestro loncomeo. Desde siempre la humanidad ha querido representar ese son mágico y unificador de sociedad y cultura mediante la música. La simbología totémica. Plantar una estaca en el corazón de la “pacha mama” ha significado amplificar esos latidos para la protección y la unificación de los diferentes pueblos.

Así, de repente ante nuestros ojos asistimos a la apertura de un nuevo escenario: la localización de la política. Aquella federalización tan declamada en nuestra Constitución parecería que por fin se estuviera imponiendo de facto. Resurge como respuesta a otro proceso igualmente de facto: el de la globalización. El pulso totémico de la tierra vuelve a llamar para cobijar a nuestros pueblos. Lo local se abre paso a los codazos dentro de un proceso cada vez más invasor que tiende a borrar matices y policromías homogenizando a la fuerza los sentires y los deseos de los habitantes de un mundo que cada vez mas diverso. La globalización.

La Real Academia Española en su diccionario de lengua define a “tótem” como: “Objeto de la naturaleza, generalmente un animal, que en la mitología de algunas sociedades se toma como emblema protector de la tribu o del individuo, y a veces como ascendiente o progenitor.”

Parecería extemporáneo entonces el rescate del totemismo de la tierra en pleno siglo XXI, pero no. Nuestros pueblitos: los pequeños, los medianos no dan escala para poder producir significados dentro de este mundo masificado. Sus habitantes resignados salen en búsqueda de nuevos horizontes, así se refugian en las grandes ciudades tratando de participar de algún sentimiento colectivo de inclusión, parecería que éste sólo se da allí, aunque no sea más que una  ilusión ingenua.

Transfiguración  micro-macro

Desde la psicología social, la antropología y la sociología se ha intentado explicar los comportamientos de los pequeños grupos y comunidades, sus relaciones y su accionar colectivo. La mismas disciplinas explican, con éxito en muchos casos los procesos macro de las migraciones masivas, de la adaptación social a ciertos usos y costumbres, de la adopción a tal o cual innovación tecnología, pero como advierte Mark Granovetter [i] en su ensayo elaborado por el año 1973, «The Strength of Weak Ties» (“La fuerza de los vínculos débiles”)[ii]:

dichas disciplinas no han tenido el mismo éxito cuando tratan de explicar cómo influyen los comportamientos sociales micro en las estructuras sociales macro o viceversa”. “El modo de interacción de los grupos pequeños en el proceso de formación de un modelo a gran escala nos despista, nos aleja en muchos casos”, es por eso que nos propone que “el análisis de las redes sociales es la herramienta sugerida para unir los niveles micro y macro dentro de la teoría sociológica. El procedimiento queda ilustrado por la elaboración de las implicaciones macro de un aspecto de las interacciones a pequeña escala: la fortaleza de los lazos débiles.”

Granovetter sugiere que los procesos micro, o sea procesos y  comportamientos de los pequeños grupos son fácilmente explicables para las ciencias tradicionales, lo que no explican es cómo se pasa del comportamiento de una patota, una barra brava a toda una movilización social macro. Abrazamos esta teoría para proponer un modelo que sirva tanto para los pueblos pequeños de provincia como para poblaciones más populosas mediante sólo un cambio de escala.

Podemos concebir los conglomerados urbanos, sea cual fuere su tamaño, como redes urbanas compuestas por seres humanos-nodos, interrelacionados mediante vínculos: amistad, familia, hermandad, asociaciones civiles, religión, etc. Podemos concebir a una nación como una red de pueblos-nodos, vinculadas por caminos, culturas, territorios, climas, etnias e identidades comunes. Las estructuras así presentadas se pueden analizar desde una óptica intrínseca, donde se pueda ver cómo se llevan a cabo esas acciones sociales: gente que se casa, que se pelea, sufre, festeja, trabaja en una dinámica muy rica en matices y compleja, propia de las relaciones humanas. De esa complejidad emergen los pueblos que no son otra cosa que las estructuras devenidas de las interacciones primarias que llevan a cabo hombres y mujeres.

Estos pueblos tienen su propia identidad que nada tiene que ver con la suma, el promedio o la varianza de las identidades individuales, el conjunto tiene su propia identidad social en un continuo intercambio con lo individual, influyéndose mutuamente. De esta manera los pueblos una vez conformados también entran en interacción entre sí dando como resultado otra estructura más grande y compleja aún: la Nación.

¿Alguna vez nos preguntamos qué era la nación? ¿Es su gente? ¿Son sus costumbres o su cultura? ¿Es el territorio? Parecería ser que es todas esas cosas al unísono y ninguna de ellas en particular. Se la podría visualizar como un conjunto de usos y costumbres que conforman una única identidad  macro en un tiempo y un territorio común de donde emerge una estructura estable: La Nación.

En los últimos tiempos a esta definición se la ha puesto en jaque ya se divisan nuevas dinámicas sociales emergentes del contexto de las naciones: son los organismos, los mercados y las instituciones supra e infranacionales. A esta macro-emergencia la llamamos GLOBALIZACIÓN.

La decadencia de las naciones

Desde una concepción clásica podemos distinguir a las naciones como ideales-macro que definen contornos geopolíticos, culturales y religiosos. Todas tienen características que les imponen rasgos propios con tendencias sesgadas hacia uno u otro aspecto. Esos límites fijan fronteras, las fronteras separan y dividen a los pueblos en compartimentos más o menos rígidos. Allí vivimos y nos desarrollamos. No existe espacio vacío sobre la tierra, ya todos han sido ocupados.

Ya definidos los límites políticos y territoriales, dentro nos encontramos con pueblos de una gran diversidad en orígenes y constituciones. La historia es la que nos cuenta su razón de existencia y algunas veces su destino. La clásica división de los pueblos distingue a Oriente de Occidente como culturas de origen diferente. La tradición judeo-cristiana imperante de este lado del mapa es la que otorga los rasgos más notorios a nuestra cultura. Claro está que esta definición está pensada desde dentro de esta cultura. Es el monoteísmo, con su concepción religioso-trascendental de la vida quien le imprime pretensión universalista. Y es allí donde nace la modernidad con el surgimiento de los conceptos de estado y de capital. Por lo tanto, no es extraño que la noción de globalización surja también de esta cultura hoy dominada por la alianza Estados Unidos-Europa. La necesidad de expansión económica y esa concepción universalista del mundo son los factores que llevan a la creación de mercados globales primero, para luego derramarse sobre otros territorios como el de las comunicaciones, el arte, la moneda, la educación, el terrorismo, Internet, etcétera.

Hay una tradición de dirigencia piramidal heredada de la misma cultura occidental y cristiana que tiene una notoria ascendencia en las naciones latinoamericanas. Sus gobernantes se caracterizan por establecer liderazgos fuertes, dentro de sistemas presidencialistas con gran influencia militar. Y como dice el Dr. Miguel Ángel Iribarne[iii], estos poderes piramidales están siendo trasformados especialmente desde la década de los noventa[iv].

Los liderazgos fuertes pierden poder. La globalización cruza a los poderes tradicionales por tres flancos: por sometimiento, por delegación y por desprendimiento o fuga.

El primero afecta a sus órganos institucionales y a su clase dirigente desde arriba. Establecidos los superpoderes de la globalización como una instancia superior a la tradicional, se ve cómo penetran a la sociedad en sus posibilidades de independencia, autonomía y libre determinación dado que están por encima de las naciones y les imponen mercados globales, súper-economías y todas las otras características descriptas más arriba.

El otro flanco por donde pierden poder a tenerse en cuenta, es por abajo. Esto resulta de tener que atender un creciente número y cada vez más diverso de responsabilidades, variables y frentes externos. Aquí podemos ubicar las crecientes demandas sociales. Así, los poderes establecidos pierden eficiencia en los manejos doméstico que finalmente terminan delegando o tercerizando hasta diluirse y perder presencia y consistencia, esta vez, por derrame.

El último punto de fuga que señala Iribarne es el lateral: bloques enteros de poder, cultura y riquezas que tradicionalmente manejaba y que, al no poder atenderlos correctamente, se desprenden y  fugan de sus dominios y se convierten en autónomos.

La globalización.

Pero… ¿Qué es la globalización y cómo nos afecta a nosotros en carne y hueso? ¿Le podemos escapar a este proceso? La globalización es un fenómeno que avanza masivamente sobre el conjunto de las naciones; estableciéndose a medida que transcurre el tiempo; imponiendo reglas de juego propias; instalándose por encima de los gobiernos ante la imposibilidad de éstos de controlarla; y posibilitando tipos de organización social hasta ahora desconocidos. Como resultado, una vez impuesta, nos encontramos con: naciones más interdependientes y menos autónomas, restringidas en sus libertades individuales, cultos, e identidades; interrelacionadas y agrupadas en conglomerados muchas veces no deseados; con características político-culturales novedosos; con pérdidas de identidad colectiva; con las reglas de juego propias del sistema.

Si nosotros, ciudadanos de a pie, nos pensamos globalizados, es difícil que nos reconozcamos como partícipes activos en este proceso; más bien lo sentimos como ajeno, lejano. La realidad es otra. Es tan real y tangible aquí en nuestros municipios pequeños y medianos del interior del país tanto como en otros centros urbanos mayores. La globalización ha llegado para quedarse. Afecta a nuestras sociedades desde los más variados flancos; el más notorio, el que llega primero, es el económico.

En la Argentina la conocimos operativamente a través de la convertibilidad, cuando reemplazábamos nuestra moneda por una equivalente al dólar. Esto posibilitó la influencia de otras culturas y otros mercados, fue la regla de oro de los gobiernos de Carlos Menem[v] y de Fernando de la Rúa[vi]. Por entonces optábamos por una moneda globalizada –el dólar–, y sujetábamos toda nuestra economía a ella permitiendo así el ingreso de bienes y servicios hasta entonces vedados. ¡Con nuestra moneda podíamos comprar a valor internacional! La contrapartida era que llegaban inversiones del extranjero que tenían sus rentas en dólares e incorporaban nuestra economía a los portafolios de las bolsas mundiales. Ver el capítulo La condición Argentina sobre la matriz de apropiación de industrias y campos por esta época.

Tras el crack económico de fines del 2001 advertíamos que la globalización había calado más allá de lo económico. Las políticas neoliberales se habían impuesto en lo militar, en las comunicaciones, en Internet, en la cultura, en la educación, en los medios de comunicación masiva, etcétera. Según R. Lo Vuolo[vii]las reglas de la convertibilidad” eran altamente más complejas que el simple “uno a uno” en la relación peso-dólar. Las reglas de la convertibilidad permanecen hoy en la política nacional y locales sobreviviendo a los gobiernos. Las condiciones que permitieron que el país entrara dentro de las políticas de los noventa no se han cancelado. Tiene sus reglas de juego propias. Esto quiere decir que las reglas se mantienen independientemente del poder de turno y de la geografía.

El Consenso de Washington[viii] de fines de los ’80 es el que confecciona las recetas que se habrían de aplicar en el concierto de las naciones y Latinoamérica no tenía por qué escapar a estas reglas. Se debía privatizar todo lo privatizable a fin de que el Estado transfiera al mercado las empresa bajo su dominio. Así, mediante esa transferencia, los gobiernos ya no tendrían la posibilidad de ejercer políticas directas a través del Estado en materia, por ejemplo: de energía, servicios sociales, seguros de retiro, de transporte, educación, salud, etc. Abdicando de esas potestades en favor del mercado.

Las reglas de la convertibilidad actuaban en este caso como garantía de esas trasferencias, pero no como garante de las políticas. Así las llamadas “Políticas de Estado”, debían practicarse ahora indirectamente mediante regulaciones o decididamente debían dejarse de lado. El estado se achicaba y con él la posibilidad de los políticos para gobernar. Su rol se circunscribía ahora a exigirles a las empresas privatizadas que cumplan con las normas e índices que se habrían de fijar desde el gobierno, en otras palabras los somete a ejercer el poder de policía o de gerenciamiento. A partir de entonces no se han ensayado alternativas políticas diferentes a las ortodoxas del Consenso de Washington. Por lo tanto, si dejaran de existir las ventajas competitivas que da la relación peso-dólar actual y los precios relativos de las economías regionales, las condiciones podrían volver atrás a un estadio previo a la devaluación.

Lo local

A la globalización muchos la entienden como algo que vino impuesto desde arriba, desde los supra-poderes que dictaron las recetas para zanjar brechas y hacer que las naciones sean más homogéneas. En este sentido lo global se entiende como exógeno, como no propio, y en algún sentido como una conducta agresiva. La tendencia natural de reacción contra este proceso resultó ser el afianzamiento de lo local. Localizar la política parecería ser la forma de afianzarse en un proceso que tiende a desdibujar y despersonalizar la particularidades y los rasgos característicos de una sociedad. Es una reacción totémica humana ante el miedo de desaparecer dentro del montón.

En las últimas elecciones, especialmente en las de las grandes ciudades como Córdoba, Santa Fe, Rosario, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Mendoza… los candidatos que ganan elecciones son locales, con estructuras que surgen in situ y no como sucedía tradicionalmente, con candidatos que venían impuestos por los suprapartidos radical y peronista. Hacerse fuerte en el propio terruño es la forma de reacción que nos da la posibilidad de supervivencia, nos da identidad. Este proceso trae a la memoria la vieja “ambulancia justicialista” recolectora histórica de heridos y caídos.

En este trabajo se citan autores que hablan sobre la “metáfora del desierto[ix] que no es otra que el vaciamiento de toda simbología ideológica, política y social de los territorios como avanzada de una ocupación real de los mismos. Sucedió en la colonia por parte de los españoles y la iglesia católica, en la campaña del desierto por parte de las elites gobernantes en alianza con la corona británica y vuelve a suceder en nuestros días en el marco de la globalización de mano de las políticas neoliberales que imponen a las empresas como soberanas anónimas y autónomas de los territorios.

En todos estos casos se repite la matriz: vaciamiento y apropiación en un proceso de desconstrucción de lo subyacente. Indios, extranjeros, gauchos y en esta última avanzada pequeños chacareros han sido los expropiados y vaciados.

Como en un proceso de evisceración de pueblos y culturas preexistentes se ha vaciado sistemáticamente lo territorial objeto de apropiación para luego rellenarlos como al pato de la boda con nuevos contenidos y significados «más ricos» y gananciosos en favor del capital y en desmedro de estos pueblos.

Esta política push-pull, cuando se carga con todo, es altamente traumática y simbólica En un mundo complejo como el que se nos abre ante nuestros ojos, en donde la diversidad cada día es tenida en consideración un poco más, la metáfora del desierto no tendría justificación en este nuevo escenario en que se prioriza la diferencia a la imposición autoritaria. Entonces es de hacer notar la pasividad del pueblo mientras se llevan a cabo estos procesos. Son procesos psicológicamente difíciles de reconocer, más aún si van montados sobre una campaña de medios bien orquestada.

Lo glocal

Supongamos que una bomba cayera literalmente sobre nuestra ciudad y destruyera todo a nuestro rededor, la primera reacción, si es que quedamos con vida, sería ir en busca de los que aún siguen con vida o tienen posibilidades de salvarse. (La ambulancia peronista) Reconstruir lo local sería una de las primeras labores de los sobrevivientes apenas las heridas más profundas comiencen a sanarse. Sin su gente, el territorio no está ocupado, esta vacío y anulado. En la búsqueda de los nosotros ponemos en funcionamiento la nostalgia para recuperar lo nuestro, lo perdido, tratar de rescatar nuestro pueblo a partir de recuperar lo local es tratar de reconstruirnos a nosotros mismos. Localizar es en definitiva afianzar nuestra identidad desde lo simbólico, desde los discursos, y una vez reconsolidado, aún dentro de un medio agresivo como el de la globalización, se podrán elaborar recetas que contribuyan al equilibrio global-local y serán las que en definitiva permitirán la construcción de ciudadanía y la consolidación de lo social. A este equilibrio entre lo global-local lo llamamos: Lo GLOCAL.

La negociación, la información y la comunicación serán la llave de la sustentabilidad de esa empresa, por eso, como respuesta a la imposición global se deberá enfocar claramente el afianzamiento de lo local y desde allí  tomar una postura negociadora con el poder. Es “la política” la que resurgirá.

La crisis del estado de bienestar

El objetivo de fondo de las políticas activas es el bienestar y la seguridad de los ciudadanos comprendidos por ellas. Nadie votaría una ley que le impusiera una degradación en su calidad de vida. Esto es en lo aparente, pero muchas veces nos sorprende que hemos votado a quienes dictan leyes que nos perjudican. Si hay algo en lo que la política económica de la década de los noventa tuvo éxito es en el agrandamiento de la brecha entre ricos y pobres, la precarización laboral y el aumento de la pobreza.[x] La Argentina se ha convertido en una máquina de hacer cada vez más pobres. La misma máquina que hace a los ricos cada vez más ricos.

De la noche a la mañana, los partidos políticos tradicionales abandonaron sus banderas y pactaron. Pactaron entre sí, con las corporaciones y los mercados y condenaron a la desigualdad a millones de argentinos.

Convirtieron a la “igualdad ante la ley” en ley para el que puede pagar un buen abogado; a la “salud para todos” en salud para los que tienen trabajo o dinero y una obra social que funcione; al “derecho a la educación” en alfabetización para sólo quienes se alimentaron adecuadamente cuando niños; a la “libertad de prensa” en libertad de empresa y a la “seguridad social” en bien al que tienen acceso sólo quienes pueden pagar una seguridad privada.

Dejarán al ciudadano común desprotegido y solo. El colectivo ciudadano común se extravía en manos de un individualismo obsceno. El mismo votante que reelige a Carlos Menem en 1995 porque le garantiza poder seguir pagando las cuotas de su electrodoméstico es el que vota a Fernando de La Rúa porque le asegura el “uno a uno” para poder seguir usufructuando un dólar barato.

El fin de la historia

Por otro lado el rol de los políticos en los últimos años ha cambiado. Ya no eran “los gobernantes naturales de los designios de la Nación”, dejaban de ser los antiguos referentes que marcaban sendas morales, caminos ideológicos y costumbristas, que en definitiva daban la previsibilidad y seguridad necesarias para conducir una Nación hacia un objetivo claro y previsible. En 1992 Francis Fukuyama[xi]decretó el fin de la historia y de las ideologías con su trabajo El fin de la Historia y el último hombre, la historia se habría encargado de darle la razón, todo indica que son las democracias de mercado las que gobiernan el mundo, en donde son los números y los índices y no los políticos los que dirigen de hecho los rumbos, éstos últimos se limitan a un rol gerencial donde deben acatar la tiranía de los números con contrición religiosa. Se tendría que dar un profundo debate al respecto.

Es con el advenimiento de la guerra fría cuando se establece el actual esquema de juego donde nadie quiere perder o ceder y donde las naciones, especialmente las potencias soviética y norteamericana, espían, trazan hipótesis y tejen conjeturas sobre los próximos pasos de sus rivales, pero donde la guerra nuclear tan anunciada y declamada nunca llega. El juego no colaborativo de guerra fría es el que establece en definitiva el orden mundial que las sitúa dentro de un equilibrio dinámico ganancioso para todas, tal vez no lo que se propusieran ganar, pero sí obteniendo beneficios globales. Arriban a un equilibrio sub-óptimo de facto, un equilibrio de Nash. Es en este sentido que Fukuyama advierte sobre “el fin de las ideologías” que no es otra cosa que el estrechamiento de la política acorralada en un mundo de mercados, de índices y de histeria. Parecería ser que ninguna ideología puede contra los números, ninguna ideología puede en definitiva contra el pragmatismo.

Los políticos ya no proponen cambiar la historia sólo la quieren administrar.

Ante esta realidad, es preciso preguntarse si la democracia tal como la conocimos nosotros, conducida por políticos a destinos morales e ideológicamente probos, aunque sólo sea en la teoría, pueda seguir existiendo como tal…

La libertad desde la complejidad

Las naciones que quieran tener un lugar en el mundo deberán participar del juego, para no quedar afuera. Como preconiza Gabriel García Márquez[xii]Las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra”. China es el fiel ejemplo de lo dicho. Liberalismo y marxismo que son las ideologías con más ascendencia en el mundo del siglo XX se ven acotadas dentro de este nuevo concierto. Al liberalismo lo restringe en sus posibilidades de libertad positiva, “de hacer por algo” o “de hacer para algo” y solo conserva la “libertad negativa”, concepto acuñado por Isaiah Berlin[xiii], que es una libertad socialmente restringida, enmarcada como diferencia frente a las libertades de los otros. Este tema se vuelve a tratar en el capítulo Del movimiento de las esferas sociales como un equilibrio de Nash

Esta es una libertad “frente a algo” y no “de algo”. Con respecto a las libertades negativas Berlin se pregunta: ”¿cuál es el ámbito en que al sujeto —una persona o un grupo de personas— se le deja o se le debe dejar hacer o ser lo que es capaz de hacer o ser, sin que en ello interfieran otras personas? ”.

Esta libertad nace de las posibilidades que tiene un sistema social de diferenciarse dentro del entorno donde opera y para hacerlo se debe autorrestringir. La autorreferencia que obtiene del entorno lo acota, de allí que se debe autolimitar en sus libertades. Mi libertad no se diferencia “de” la del resto sino que se distingue “frente” a las del resto por ser mía, de allí que se constituye en unidad. La LIBERTAD no es el conjunto de las libertades individuales unitarias de los individuos, sino que surge a partir de las posibilidades que a cada uno le otorga el entorno.

Es acertada la concepción que hace Berlin pero no hacemos su misma distinción de “positiva” o “negativa” que ya que sólo consideramos a esta última como Libertad Posible.

Al comunismo le sucede algo más evidente, luego de la caída del muro de Berlín se impone definitivamente el reino del mercado. La utopía de cambiar al mundo desde la política parece haber pasado de moda. Los políticos no pretenden cambiar al mundo a partir de cambiar a los hombres en el paradigma romántico de “hombre mejor” o “hombre nuevo” que pregonaban los gritos libertarios de las revoluciones a partir del siglo XVIII como declama nuestro Himno Nacional “Oíd Mortales, el grito sagrado: ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!”. El mercado conmina a la política a seguir encuestas  y recetas globalizantes para continuar poseyendo el favoritismo de su público votante. Los discursos se vacían de todo contenido e ideología y ya no se define ni se promete nada en ellos. Pero ¿será el futuro que nos augura Fukuyama una fuerza irrefrenable del destino del que no podremos escapar, o por el contrario se podrá encontrar alguna salida al dilema planteado?

¿La Argentina para los argentinos?

La Doctrina Monroe[xiv] se puede resumir en una frase “América para los americanos”. Entiende por americanos los americanos del norte, es decir blancos, sajones y protestantes[xv]. Éstos eran los pioneros llegados de Europa en nombre de la Libertad que habrían de establecer el mejor de los regímenes posibles, habían encontrado el paraíso perdido y, por tanto, tenían el derecho y la obligación de establecer y ampliar cada vez más su frontera, sus principios, su organización y sus valores. Esta mística, entre religiosa y liberal, fue razón suficiente para justificar el exterminio de los indios, la conquista del oeste, la guerra contra México, y la intervención en el proceso de independencia de la América española y portuguesa. Esta declaración de independencia ante Europa significa el principio del proyecto expansionista americano y define una frontera entre América (América del Norte) y el resto del mundo.

Del otro lado la frese “La Argentina para los argentinos” que menciona Perón en su “Carta de Perón a los jóvenes del 2000” y se basa en su Doctrina Nacional[xvi]está tomada de aquélla de James Monroe. Con ella se trata de describir un sentimiento nacionalista y de definir un contorno argentino. El intento de Perón de ampliar las fronteras definidas por los que unificaron el país a fines del siglo XIX, para que contenga e identifique esta nueva concepción universal de pueblo y que establezca las políticas y doctrinas que le fueran útiles para planificar y afirmar la identidad de un país posible, no logra prosperar y con la caída de su gobierno esa Organización Nacional es dejada de lado.

A diferencia de la frase de Monroe, de la que Estados Unidos se apropia hasta hoy, la de Perón nunca pasó de ser un enunciado romántico, una declamación épica, tarea que le quedó pendiente al general.

Lo común

A nuestros municipios los forman y planifican nuestros mayores, nuestros viejos, nuestros abuelos, las sociedades españolas e italianas, las congregaciones religiosas, las iglesias, las cooperativas, los muchos nombres propios y apellidos ilustres que, lejos de los individualismos, con una proyección sobre lo que se necesitaría en el futuro, constituyeron una identidad social: el “ciudadano común”.

Construyeron lo que nosotros hoy disfrutamos y que también depredamos. Incluyeron lo que nosotros muchas veces expulsamos. Generaron cultura, edificaron teatros, cines, academias, escuelas; los nutrieron de su mejor gente. Hicieron los colegios Normales y Nacionales o las escuelas Fiscales, edificios arquitectónicos emblemáticos para las ciudades que son muestra de la importancia que la educación tenía dentro de estas ciudades.

¿Cómo han podido nuestros mayores construir durante cien años las ciudades que hoy disfrutamos a partir de la nada, y cómo es que nosotros pudimos desertar de esa empresa en tan poco tiempo?

Un intento de respuesta a esta pregunta contempla la aproximación a la crisis institucional y política que sufrimos las ciudades del interior.

¿Por qué Rosario, ante circunstancias similares a las de cualquier ciudad pampeana[xvii], genera en estos últimos años el desarrollo del que hoy disfruta? Salvando las distancias, ¿por qué no podemos nosotros tener ciudades con un desarrollo como el que capitaliza Rosario? Mar del Plata y Rafaela son otros ejemplos de lo mismo.

Nadie se pregunta por qué algunas sí y por qué otros no; en general el éxito se ha dado en aquellos conglomerados urbanos donde las instituciones tienen en cuenta a los colectivos, donde hay alternancia política, donde las instituciones son importantes y están al servicio del ciudadano y no del poder de turno, donde la democracia forma parte de la vida cotidiana. Una vieja fórmula hoy dejada de lado.

 

Referencias


[i] Mark Granovetter es graduado en artes en la universidad de Princeton y Phd en Harvard, autor de trabajos como “La fuerza de los vínculos débiles” y “Tipping points” (Puntos de inflexión), trabajos estos sobre redes sociales.

[ii] American Journal of Sociology, 78 (May): 1360-1380.

[iii] Profesor titular de la carrera de ciencias políticas de la Universidad Católica Argentina.

[iv] Conferencia dictada por el Dr. Iribarne dentro de un ciclo organizado por el Centro Regional para el Desarrollo sobre liderazgo. Venado Tuerto 2005.

[v] Presidente de la República Argentina en los períodos 1989-1995 y 1995-1999.

[vi] Presidente de la República Argentina en los períodos 1999-2001. Se impuso en las elecciones mediante la promesa de mantener la regla del “uno a uno”.

[vii] Economista del Centro Interdisciplinario para el Estudio de Políticas Públicas, con trabajos sobre el Ingreso Ciudadano para la Niñez, pobreza y colaboración en diversos trabajos sobre economía política.

[viii] El consenso de Washington es un conjunto de políticas económicas concertadas por los principales organismos económicos con sede en esa ciudad: Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y la Reserva Federal de los EEUU, concebido como paquete de medidas económicas para que se apliquen en los países en crisis económica como los nuestros. Estas abarcaban disciplina fiscal, achicamiento del gasto público, reforma impositiva, liberación de las tasas de interés, tasa de cambio competitiva, liberación del comercio internacional, liberación de la entrada de inversiones extranjeras directas, privatizaciones, desregulación, derechos de propiedad (patentes)

[ix] La cita Marisa Moyano que a su vez cita a Pedro Navarro Floria que a su vez cita a Carla Mariana Lois todos ellos hablan de la metáfora del desierto como proceso de vaciamiento ideológico de los territorios previo a la apropiación de los mismos.

[x] Ver Lo Vuolo.

[xi] Francis Fukuyama es un influyente politólogo de la Universidad Johns Hopkins de Washington En el libro mencionado expone su tesis que la historia humana, como lucha de ideologías, ha terminado.

[xii] Gabriel García Márquez, escritor colombiano premio noble de literatura (1982), autor del “Cien años de Soledad” (1967).

[xiii] Isaiah Berlin filósofo político autor en 1958 de la famosa conferencia, «Two Concepts of Liberty«. Dos conceptos de libertad en la que introduce el concepto diferenciación entre libertad positiva y libertad negativa.

[xiv] Presidente de los Estados Unidos (1817-1825) en su discurso frente al Congreso de los Estados Unidos en 1823.

[xv] Enciclopedia Libre Universal en Español.

[xvi] Doctrina creada por Juan Domingo Perón mediante el Decreto Nº 13.378 del 11 de agosto de 1954.

La Doctrina de Gobierno es la Doctrina nacional. Orienta la acción general de gobierno. Es la política general de la Nación en materia de: acción política interna; acción internacional; acción económica; acción defensiva o de seguridad nacional; acción social y acción cultural. Los organismos de la Presidencia de la Nación, las Secretarías y los Ministerios del Poder Ejecutivo, los Consejos y los Acuerdos de Gobierno y de Gabinete orientan su acción, según los principios fundamentales que constituyen la Doctrina nacional.

A los efectos de la correcta interpretación y cumplimiento de las disposiciones de la presente reglamentación, defínese como Doctrina nacional adoptada por el Pueblo argentino, la Doctrina Peronista o Justicialismo, que tiene como finalidad suprema alcanzar la felicidad del Pueblo y la grandeza de la Nación, mediante la Justicia Social, la Independencia Económica y la Soberanía Política, armonizando los valores materiales con los valores espirituales y los derechos del individuo con los derechos de la sociedad». (Ley 14.184, 2º Plan Quinquenal, art. 3) (1). – Concepto general donde se enuncia la Doctrina Nacional.

[xvii] Boom de la soja, reactivación de la industria metalmecánica, revalorización de la ganadería.

Comentarios»

1. aaa - septiembre 25, 2008

Cómo han podido nuestros mayores construir durante cien años las ciudades que hoy disfrutamos a partir de la nada, y cómo es que nosotros pudimos desertar de esa empresa en tan poco tiempo?

Crecer económicamente es facil cuando hay una buena relación de recursos/poblacion. El problema en Argentina es que la población subió y los recursos no crecieron al mismo ritmo. Los naturales por razones obvias. Y los recursos humanos no crecen por:
– Las clases medias crecen menos en número que las clases bajas.
– La educación superior no está dirigida al bien común sino a satisfacer los deseos del estudiante (o peor, de sus padres)
– La educación técnica y de oficios es considerada un arte menor.
– Inacción o mala praxis del estado formó ghettos (barrios de viviendas de mala calidad hechas por el estado) y permitió invasiones, lo que genera focos de pobreza, lo que a su vez genera «countries».

2. brenda - noviembre 30, 2010

q orrores q hay deberianos corigislos siendo escritores con tanta tryectoria en estos temas che..jajaj apesar de eso muy buen informe


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